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BETTE DAVIS
EL ÚLTIMO SUSPIRO DE UNA GRANDE DEL CINE
Articulo recomendado para todos los mitómanos
Tal vez solo en el cine, es donde su cuerpo y rostro saben la verdad; tal vez solo la reflejó y la dejó hacer el resto por su cuenta. Reflexionar un poco mas nos puede ayudar a descubrir el misterio. Leo un comentario sobre Jezabel, uno de los primeros films que la consagraron como actriz: “ojos de arrogancia, ojos de amor, ojos de deseo, ojos despechados, ojos de heroína...”. Me viene a la mente el Merleau Ponty de “El ojo y el espíritu” * que expresa: “Mi cuerpo ve y es visible al mismo tiempo”. Reinterpreto la frase intentando acercarme a la respuesta: mis ojos ven y son visibles al mismo tiempo. Totalmente cierto, los ojos de Bette Davis, son visibles para una cámara que los reconstruye fotograma a fotograma. De una cámara que también refleja la dirección e intensidad de una mirada que siempre parece dirigirse al público. Los ojos son la objetiva materialidad de la actriz; la mirada es lo se proyecta de ellos en el acto. Es lo que hace visible – ojos mediante- la profundidad de un sentimiento: así aparece en la pantalla la arrogancia; el amor; el deseo; el despecho; la valentía que acompaña al héroe. He aquí la cuestión: que estamos hablando de una mirada que solo se concretan en la proyección sobre una pantalla. Esa es la verdad, Bette Davis, nunca estuvo ni estará cara a cara con el espectador; solo se le aparece a este la imagen de ella materializada por la luz que se proyecta en la pantalla. Sus ojos son luz; su mirada es solo luz: solo eso le basta para ser “visible” y ser “mirada”; solo eso le basta para cautivar como una Circe al que actúa de vidente. Los mismos ojos; distintas miradas que el proyector imprime sobre el telón con su pincel de luz y sombra en blanco y negro. Distintas miradas que pueden darse en uno solo de sus filmes. Recordemos a Bette Davis de La loba, compone un personaje que conspira; chantajea y hasta deja morir a su esposo al no suministrarle una medicina. Los mismos ojos…distintas miradas a través del relato cinematográfico; siempre poderosas y al límite de lo que separa actuar o sobreactuar.
Aún más claro es el ejemplo de Bette Davis en ¿Qué pasó con Baby Jane?, un filme de terror psicológico que relata la historia de dos hermanas, Jane y Blanche. Jane fue una estrella de niña; Blanche ya siendo adulta. El director, Robert Aldrich, genera un constante clima de tensión entre ambas hermanas y un desenlace inesperado. El relato la ubica a Bette Davis en 1935 y en el presente; la coloca en la gloria y en la decadencia; en el desequilibrio y la maldad. Le permite ser una y varias Jane Hudson al mismo tiempo: sus ojos y su mirada parecen transformarse secuencia a secuencia. El exceso de maquillaje en el rostro; su manera de caminar y hablar. El final es más contundente aún en lo que respecta a lo tratado. Pintarrajeada y vestida grotescamente danza en la playa; cree haber vuelto al éxito al ser observada por los bañistas…cree estar ante el público que la aplaudía de niña, entonces sus ojos parecen perder el punto de la mirada y uno comprende que hace rato que Jane Hudson ha perdido la razón. No menos contundente aún es el momento donde tras contratar a un pianista para que la acompañe, canta su éxito de la infancia “He escrito una carta a papá”. Al finalizar se mira en uno de sus espejos de su casa; observa su rostro y cuerpo reflejado en él y profiere un grito horroroso y desgarrador: ha descubierto los daños del tiempo. Son los ojos o la mirada de la actriz interpretando a Jane Hudson los que causan efecto en el público. Yo creo que son ambas cosas, tanto es válido para el caso, el instrumento que permite ver: el ojo, como el acto de ver. Aunque solo sean luz y sombra sobre la pantalla de un cine o una emisión televisiva de algún canal de cable que incluye en su programa grandes éxitos del pasado. Ya sabemos que a Bette Davis solo la podemos ver en la gran simulación que es el cine; siempre la recordaremos: monumental; grandilocuente; con la mirada perdida de cara al público. Ya sabemos que es la más grande; hasta la letra de una canción la evoca: “Tiene los ojos de Bette Davis” * dice el estribillo. Tiene los ojos de Bette Davis, pero: ¿También tiene su mirada?.. yo me lo pregunto mientras escucho la canción.
-“Era bella, pero no una belleza... Hay una diferencia...pienso que era guapa. Entonces, no, y siempre me quise parecer a otra persona”-
Su rostro era particular y no encajaba en los cánones de belleza de la industria del cine. Hasta sus últimos años de vida Bette Davis no supo reconocer su belleza. Incluso con setenta años confesaba que odiaba cuando mencionaban una y otra vez “ojos saltones” como característica principal de su rostro. Provocaba sensaciones intensas en todo el que la conocía. Muchos la pintan como una mujer insoportable, cruel, cínica. Sus ataques de ira comenzaron cuando tenía dos años como respuesta a la tensión que había entre sus padres y nunca supo abandonar el comportamiento obsesivo y los arranques de genio de los que hablan todos los que la rodearon. Los testimonios más extremos son seguramente los de su hija, Barbara Davis Hyman, que escribió en los años ochenta el libro My Mother’s Keeper, una biografía en la que destacaba los problemas con el alcohol, las amenazas de suicidio frente a la niña cuando ésta tenía ocho años… La hija dibuja a la estrella como una neurótica, manipuladora y canalizaba la rabia abusando de los que estaban cerca de ella:
“Podía haberlo escrito y enviado a mi madre sin publicarlo. No lo hubiera leído. así que me decidí por el único camino que sentí que podía llegar a ella: la opinión pública. Lo que puede ver el mundo es lo más importante para mi madre y esta es, en esencia, una carta pública para ella.
Según se supo más tarde, Bette Davis había estado empleando la Hollywood Canteen, una cantera de amantes jóvenes con los que paliar su soledad, evidentemente, no era ése el principal motivo de su interés por la iniciativa, por lo que su cierre tras la victoria aumentó un poco más su amargura. Ya no cabía duda de que había comenzado una cuesta abajo en su carrera y en su vida personal, aunque ni ella misma podría haber llegado a imaginar que fuese a resultar tan dura y precipitada. A principios de 1945, cometió un grave error fundando su propia productora: B. D. Inc. No se trató de un error comercial, ni mucho menos, pero sí personal. Bette había llegado a un acuerdo con Jack Warner para coproducir cinco películas; sin embargo, nunca pasaron de la primera: “Una vida robada” . La actriz no sólo pretendía tener una mayor participación en los beneficios que siempre generaban los largometrajes en los que participaba, sino también aumentar su libertad artística impulsando ella misma sus propios proyectos. Ambos objetivos se cumplieron en esta primera y única ocasión; pero a cambio de un gran coste físico. Bette no calculó bien el esfuerzo que requerían las numerosas funciones de un productor y, víctima de la fatiga, reaparecieron sus problemas de salud con más fuerza que nunca. La calidad de su interpretación se resintió mucho, y aunque el público reaccionó favorablemente, su actuación recibió críticas muy duras por parte de la prensa especializada, que en gran parte estaba esperando una oportunidad como ésta para cargar contra ella. Nada más terminar el rodaje, Bette Davis se tomó unas largas vacaciones para intentar recuperarse un poco, tanto física como moralmente. Las críticas recibidas y un par de rechazos por parte de sendos amantes, que cada vez eran más jóvenes que ella, hicieron que entrase en una crisis de autoestima bastante pronunciada. Había dejado de sentirse sexualmente atractiva, e incluso comenzaba a dudar de que realmente tuviese talento para la interpretación: quizá su éxito tan sólo se había debido hasta entonces a su lozanía perdida. Probablemente fruto de esta vulnerabilidad, fue seducida por un marinero con pinta de gigoló con el que no tardaría ni un mes en casarse. William Grant Sherry, tenía siete años menos que ella y se le presentó en una fiesta como pintor en ciernes. Según él, acababa de firmar un contrato con una galería de Nueva York; aunque había sido boxeador profesional hasta que comenzó la guerra. Además, había estudiado Medicina y, aunque no había terminado la carrera, escribía artículos para una revista sobre cirugía y era muy buen fisioterapeuta. Por supuesto, también había sido herido en batalla, aunque las secuelas no eran visibles y se reducían a la pérdida de un oído. Todo aquello podía ser cierto, falso o una verdad a medias; pero lo que desde luego no cabía en cabeza humana era que Sherry no supiese con quién estaba ligando. En cualquier caso, así lo sostuvo durante toda su vida:
-" Siempre me gustaron las mujeres mayores que yo, porque eran más maduras y lo pasaba mejor a su lado que con las chicas de mi edad. Con Bette fue una especie de gravitación mutua: nos vimos allí y fuimos acercándonos el uno al otro. Cuando le pregunté: ‘¿A qué te dedicas?’, y ella me contestó que era actriz, pensé que probablemente trabajase en alguna pequeña compañía de teatro local. No me especificó que fuese una estrella del cine y, desde luego, tampoco daba esa imagen. En realidad, no supe quién era hasta después de la boda."-
El crítico del New York Times, que por aquel entonces era Bisley Crowther, comentó su ultima película:
-" De todos los penosos dilemas que la señora Davis ha tenido que soportar durante sus muchos años de sufrimiento fílmico, éste es el peor. Y lo es porque no le ofrece salvación. En la novia de junio es una solterona neurótica que se enamora de un héroe de la Marina cuya gran vocación, revelada a última hora, es ordenarse sacerdote, no le queda otro recurso que mandar al joven amado hacia su destino. Y lo hace con una angustia tan despaciosa que nos resulta interminable."-
Esa crítica hizo mucho daño a Bette Davis; aunque basta leerla con atención para darse cuenta de que lo que en realidad se dice en ella. Evidentemente, y aunque su actuación también influyera, el ritmo de un film es responsabilidad exclusiva del director; pero Windust no se dio por aludido. En lugar de eso, y a pesar de que las cosas no podían haber salido peor entre ellos, convenció a Bette para darse mutuamente una nueva oportunidad. “La novia de junio” fue una comedia sin demasiadas pretensiones que, no obstante, supuso un cierto repunte para ambas carreras y la recuperación en taquilla de la mitad de las pérdidas de “Encuentro invernal”. Bette recobró también parte de su imagen de mujer de ordeno y mando, y además el largometraje sirvió para darle algo de aire a la carrera agonizante de Robert Montgomery y para que Debbie Reynolds debutase en la pantalla con un papel breve. El éxito discreto de la cinta, que en cierto modo recordaba a la dinámica de sus primeras películas, hizo que Jack Warner accediese a renovar el contrato de Bette una vez más, incluso con una pequeña subida monetaria, si bien se eliminaba prácticamente por completo su libertad a la hora de elegir los guiones y se establecía como causa de resolución el que rechazase alguno de los que se le propusieran.
DICHO POR LA ACTRIZ
“Si un hombre da su opinión es un hombre. Si una mujer lo hace, es una zorra.”
“La disciplina es un símbolo de amor por un niño. Este necesita que lo guíen. Si hay amor, entonces lo mejor es ser duro con él. Un padre no debería tener miedo de las consecuencias. Porque si tu hijo nunca te ha odiado, entonces es que jamás has ejercido como padre.”
.“Hollywood siempre ha querido que fuese bella, pero yo enarbolé la bandera del realismo.”
“La vez que mejor me lo pasé con Joan Crawford fue cuando la empujé por las escaleras en ¿Qué fue de Baby Jane?”
Aliviada por haber vuelto y con la moral más alta, aceptó firmar el contrato sin pensárselo demasiado. No obstante, sus consecuencias no tardarían en demostrarse desastrosas cuando recibió el primer guión impuesto por el estudio. Se trataba de “Más allá del bosque”. una buena historia, algo sórdida, que iba a ser dirigida por un King Vidor en lo más alto de su prestigio. El guión giraba alrededor de una jovencita fogosa casada con un viejo repulsivo. A la actriz se le debió de caer el libreto de las manos en cuanto comenzó a leerlo. Desde luego, ella ya no era ninguna jovencita fogosa; pero en qué cabeza cabía que un Joseph Cotten de 42 años pudiese interpretar a un viejo repulsivo… “¡Joseph, ese ser adorable! ¿Qué mujer en su sano juicio pensaría en abandonarlo?”, escribió en sus memorias. Bette acudió rápidamente a hablar con Warner para tratar de hacerle recapacitar. Con lágrimas en los ojos, le intentó convencer de que interpretar aquel personaje equivalía a su suicidio profesional; pero el productor no se dejó amilanar y la remitió directamente a Vidor. Éste le explicó que no tenía por qué preocuparse, que era perfectamente consciente de las dificultades que entrañaba la historia, pero que sabía cómo adaptarla a sus actores; además, le dio un argumento de peso: había estado dudando entre Joan Crawford y ella y la había elegido a ella. Por otra parte, el anuncio de que Max Steiner compondría la banda sonora acabó de calmarla: lo cierto es que no podía haber más calidad en el cartel. Sin embargo, esa tranquilidad se esfumó por completo en cuanto el primer día de rodaje le pusieron más carmín, le plantaron una peluca negra y la vistieron con aspecto de pueblo. Se encontraba incómoda, y eso ya generó bastante inseguridad; pero el colmo llegó cuando en pocos días fue comprobando cómo Vidor parecía haber dejado de confiar en el largometraje y no hacía nada por parar el tono folletinesco que iba invadiéndolo todo. Como siempre había hecho, Bette trató de reconducir la situación proponiendo cambios en el guión; pero Vidor era lo suficientemente grande como para no dejarse engatusar. Pero ella sabía que aquella película era crucial en su carrera, y que si permitía que la página pasase sin más, era muy probable que se encontrase con la contraportada del libro. Comenzaron entonces las rabietas, las enfermedades ―fingidas― y las rebeldías. A Vidor le daba igual, porque se las apañaba para seguir rodando sin ella; pero Jack Warner estaba más que harto de su estrella. Las discusiones a gritos entre ambos empezaron a ser diarias, hasta que en una de ellas Bette le retó a rescindir su contrato si tan harta le tenía. Warner aceptó sin rechistar y se hizo el silencio entre ambos
Regresaría a Hollywood para rodar “Llama un desconocido”, de Jean Negulesco , en la que Bette Davis realizó una buena interpretación para un papel muy secundario. No obstante, aceptarlo supuso un grave error táctico, porque en cierto modo significó renunciar a su aura de prima donna en el peor momento posible. Según parece, Bette lo eligió ilusionada porque le apetecía trabajar a las órdenes de Negulesco y porque le cayó muy bien el personaje cuando leyó el guión, pero no se le pasó por la cabeza que aquello desataría ruidosos rumores acerca de que ya le resultaba imposible encontrar papeles de protagonista. Bette Davis creyó demostrar que no era así aceptando protagonizar “La estrella”, la historia de una actriz alcohólica que no asume el paso del tiempo y que cree que todo le está permitido por haber ganado un Oscar hace varios años. Sin llegar a ser ninguna obra maestra y adoleciendo de algunos errores narrativos, se trata de un largometraje más que digno, en el que no sólo Bette estuvo extraordinaria, sino también el protagonista masculino, el genial y Sterling Hayden, así como una Natalie Wood que con tan sólo 14 años de edad interpretaba su vigésimo papel en la gran pantalla. La película obtuvo beneficios y Bette Davis su novena nominación y otra colección de críticas favorables. Sin embargo, algún periodista avispado que la media, como el ya conocido Bisley Crowther Que, al parecer, seguía con lupa la carrera de Bette, se dio cuenta al instante:
- "Su interpretación como una ex diva de la pantalla resulta magistral. Se trata de un espectáculo maratoniano para una sola mujer y, en su conjunto, da buena fe de que Bette Davis, con su voz estridente, su andar frenético, sus constantes gesticulaciones y sus ojos saltones, es una imitadora inmejorable de sí misma."-
Bette aceptó regresar a los escenarios de la mano de Jules Dassin como director de escena en el musical “Two’s company”. Tras décadas sin pisar las tablas, la actriz descubrió que los nervios la atenazaban y que, por algún extraño motivo, parecía haber perdido sus antaño excelentes capacidades para la danza, hasta que se dio cuenta de que incluso tenía serios problemas para controlar su equilibrio. Nada más comenzar la nonagésima representación, Bette Davis cayó desplomada en medio del escenario, un periodista lo calificó como “un batacazo brutal y estremecedor”. Todo el equipo corrió a ayudarla y, haciendo caso omiso a las reglas más elementales de los primeros auxilios, fue trasladada inerte a su camerino. Una vez allí, y para proseguir con las negligencias, fue reanimada a base de agua. Una ambulancia ya había sido avisada, pero Bette se puso en pie tambaleante y se dirigió de vuelta al escenario ganando firmeza a cada paso que daba. Nadie fue capaz de frenarla. Al comparecer ante el público asustado, que la recibió con una sonora y aliviada ovación, se dirigió a ellos diciendo: “Ahora sí que ya no podéis decir que no caigo rendida ante vosotros”, y reanudó la obra en el mismo punto en el que la había dejado. “Si tuviera que definir a Betty con una sola palabra, tendría que ser legionaria”, declaró Dassin. Tras ser examinada, se le detectó una osteomielitis muy avanzada en la mandíbula, por lo que tuvo que ser intervenida de urgencia en una operación tan larga y complicada que perfectamente habría podido dejarla desfigurada. La infección le había llegado a la médula ósea, por lo que había que extirpar gran parte del maxilar. La vía más sencilla y lógica habría sido atacar la lesión desde el exterior, lo que hubiese destrozado su cara; sin embargo, el cirujano, en atención a quien tenía en sus manos, optó por operar desde el interior de la boca. Se trataba de un recurso mucho más complicado y que implicaba un pos-operatorio más largo y doloroso, pero todo acabó saliendo bien. En ese punto tuvo suerte, pero la obra debió ser suspendida, con pérdidas millonarias.
SUS ÚLTIMOS DÍAS
Menos alegría. le hizo coincidir en el Festival de Cine de San Sebastián con el famoso hombre-murciélago de DC Cómics. En 1989, se estrenaba la película Batman de Tim Burton, y cuando Bette Davis se asomó a la ventana de la habitación 415 del hotel María Cristina en la que estaba alojada, descubrió con desagrado que un gigantesco cartel con la forma del superhéroe se alzaba junto al Teatro Victoria Eugenia, enfrente del balcón de la actriz. “Le molestaba esa figura, era agresiva para ella”, recuerda el director artístico Jaime Azpilicueta, encargado de la realización de la gala del Premio Donostia. “Decía que un señor así vestido era un disfraz, no un actor. Un actor tiene que mirar”. Para Bette Davis, Batman representaba el final de su casta y el triunfo de los efectos especiales sobre el cine clásico:... lo detestaba. Decidida tal vez a hacerle sombra, la actriz deslumbró a todos con una profesionalidad y sentido del glamour a la vieja usanza de Hollywood, planificando al detalle cada una de sus apariciones públicas. Para ello, pasaba días enteros sin salir de su habitación, mientras Kathryn Sermak (su persona de confianza), preparaba sus vestidos y fotografiaba con su Polaroid cada rincón del María Cristina a fin de que Davis supiera cuantos pasos había de un lado a otro y si había que ir a la izquierda o a la derecha. “Lo planeábamos todo”, confirmó a Vanity Fair.
- “No dejábamos nada al azar. Veíamos los programas de televisión en los que iban a entrevistarla e intentábamos averiguar cosas de los diferentes periodistas con los que tendría que hablar”. También procuraba lucir distintos looks en cada una de las entrevistas y contar detalles distintos en cada una de ellas. Sabía que cada entrevistador necesitaba vender su historia, y que para eso tenía que ofrecerles algo único. Entendía que todos tenían una familia a la que alimentar”.-
En cuanto a los caprichos que las estrellas suelen demandar en este tipo de eventos, la actriz no tuvo demasiados: pidió un chofer que hablara inglés, que nadie la viera en silla de ruedas, y un televisor para su suite, aunque, por supuesto, su paso por el festival dejó unas cuentas anécdotas al estilo del viejo Hollywood que todavía hoy se recuerdan en la ciudad de La Concha. A la maquilladora encargada de arreglarla, por ejemplo, la despidió por ser demasiado joven, requiriendo en cambio los servicios de uno de París que costó al festival la friolera de 450.000 pesetas. Para no correr la misma suerte que ella, Gema Arrizabalaga, una joven periodista de TVE encargada de entrevistarla, tuvo que modificar su aspecto para aparentar unos cuantos años más de los veintitantos que tenía. Durante una cena en el María Cristina, la actriz fulminó con la mirada al alcalde de San Sebastián después de que éste le preguntara por Marlene Dietrich, una de sus enemigas. Por fin, la noche en la que le hicieron entrega del Premio Donostia, Bette Davis, apareció sobre el escenario del Victoria Eugenia y lanzó al arrebatado público su canto de cisne. En la intimidad de su suite, Bette Davis apenas podía mantenerse en pie, pero debajo de los focos y ante la presencia de sus fans, la actriz revivía y lograba ahuyentar el pensamiento de la muerte. Que Bette se decidiera a viajar hasta San Sebastián tuvo mucho que ver, precisamente, con su enfermedad. “Estábamos planeando ir a Lourdes, a solo dos horas de San Sebastián”, escribe Sermak en su libro. “Las dos estábamos fascinadas por los milagros de la Virgen y queríamos visitarla para sentir la energía única del lugar.” De niña, Bette Davis soñaba con curarse allí de un sarampión que sufrió, y al final de sus días quiso peregrinar a la gruta donde la Virgen se apareció a la pastora Bernadette para que le ayudara a superar su cáncer. Sin embargo, la actriz enfermó gravemente antes de poder emprender el viaje.
Había un brote de gripe en San Sebastián y Miss Davis empezó a estornudar, cuenta Sermak, que finalmente tuvo que viajar sola a la ciudad francesa. “Escribimos nuestros deseos en papelitos y los doblamos. Yo pedí que Miss Davis se recuperara … Nuestra Señora pareció haber escuchado mis plegarias, porque cuando arrojé nuestros deseos, cayeron justo a sus pies … Al salir de la gruta, el cielo, que había estado cubierto de nubarrones grises todo el día, se había despejado y el sol brillaba en lo alto”. Kathryn regresó a tiempo de que la estrella bebiera el agua milagrosa, aunque su salud no varió. Como no mejoraba, decidieron viajar hasta el Hospital Americano de París. “Yo tenia un piso allí, y hablaba francés”, explica Sermak a Vanity Fair. “Además, Miss Davis quería ingresar en un hospital americano para así poder comunicarse con los médicos en inglés. No sabíamos que se moría”.
La actriz cerraría sus enormes ojos el 6 de octubre, dos días después de abandonar San Sebastián.
El último episodio de su leyenda, se lo regaló a España y también el misterio de unos ojos únicos, que son historia del cine.